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El Gran Sueño

  • El aprendiz
  • 29 feb 2016
  • 4 Min. de lectura

En el gran viaje de la vida no he dejado de sorprenderme con todo lo que me ha ido ocurriendo.

Desde que empecé a escribir en mis primeros cuadernos sobre mis asuntos personales, deseos, sueños, en fin y también a apasionarme con esta disciplina y modo de vida del escritor, uno de mis textos más sentidos y apasionados fue el que escribí allá por los 15 años, con letras muy grandes: “Quiero ser un maestro de las artes marciales”.

Ha pasado un tiempo que no me imaginaba podía pasar de esta manera, y estoy saboreando ahora el estilo de vida que siempre deseé desde aquella vez, en plena adolescencia.

Un estilo de vida, el cual es como la de cualquier hijo de vecino, sólo que trabajo una disciplina en modo ritual espiritual. Una práctica propia de los monjes zen.

Es la vida del monje, del discípulo, del obrero, del soldado, del numerario. Es la vida de un trabajador cualquiera, que tiene una familia como casi todos, nada espectacular, pero que dos veces por semana y en ocasiones más días, pongo en práctica un aprendizaje corporal transformador y trascendente.

Esta práctica en el dojo, luego se traslada a la vida cotidiana, en la casa, el trabajo, los amigos, eventos sociales varios, ente otros. Esa es la idea principal.

En el dojo se deja el alma, y luego la práctica continúa.

Y es trascendente porque este aprendizaje nos conduce a ser impulsores y protagonistas de la paz, la armonía, la gratitud, el manejo de la energía, del centro, entre otros valores que ciertamente serán de beneficio para todos los seres.

Me alegra y motiva mucho ser parte de este cambio, de esta singular, motivadora, especial y maravillosa entrega.

En algún momento de mi vida quise ser un monje zen, y como es la vida de sorprendente que ahora vivo una forma de vida cual monje, discípulo, guerrero, soldado, obrero, trabajador. No en un monasterio, ni en régimen de internado, pero si en un grupo humano en el que seguimos un camino discipular, un camino que el fundador llamó: El camino de la armonía y de la paz.

Y esto es un orgullo para mí, para mi familia, para mi comunidad, para todos.

“La escuela de la paz perpetua”, fue el título de un artículo que marcó mi vida. Se publicó en una revista de karate que compraba de adolescente y que siempre traía una nota sobre el zen, y sólo por eso la compraba. Pero en aquella oportunidad me sorprendí con un artículo sobre un monasterio en el Japón, en el cual unos monjes locos en régimen de internado, lo que vendría a ser la orden Shaolin en China, pero en este caso practicaban el arte marcial Shorinji Kempo, en el Japón.

Este artículo de Karate y la serie “Kung Fu” con el inolvidable David Carradine en el papel del conmovedor y tierno discípulo Kuan Chan Caine, el pequeño saltamontes, al lado de su increíble, maravilloso y sabio Maestro Po, hicieron de las delicias de mi tormentosa adolescencia, y fueron dos pastillas de inspiración e influencia decisiva en mi vida.

Vale recordar una de las grandes enseñanzas del Maestro Po cuando kuan chan le pregunta en tono de queja: “Maestro , no perdemos el tiempo orando y meditando habiendo tanta violencia en el mundo, cómo es que no hacemos algo?!”, y el increíble Maestro Po, con su habitual y dulce sonrisa, le responde: “Pequeño Kuan Chan…, al igual que el sol, que da luz y calor para todos, del mismo modo mantén tu luz encendida como esta vela en el corazón, brindando luz y calor para todos…” Ahhh, sencillamente espectacular ¡!!

Luego para digerir bien la enseñanza, que bien caía Disco Club, con el legendario Gerardo Manuel.

Ahora podrán entender mis padres por qué no era aplicado en el colegio, en fin.

Luego de muchos años reaparece David Carradine en la magia del cine, igual que cuando el monje creció y emigró al viejo oeste, huyendo de la justicia China, pero esta vez con un espíritu perverso, en el trailler psicológico e hiper violento del sorprendente Tarantino, en Kill Bill. Toda una alucinación y combinación de sensaciones entre animes japoneses, spaghetti western, música, artes marciales y un impactante despliegue cinematográfico.

Es como mágico, poder tener un estilo de vida con el cual siempre soñé, pero más importante que esto, es también descubrir con estremecedora sorpresa que hay más obstáculos de los que jamás ni si quiera me imaginé, ni sospeché. Aunque también descubro maravillado que todo tiene un gran propósito en la vida, que nada de lo que pasa es fortuito. Y que felizmente puedo y podemos contar con la maravillosa presencia Divina, atenta y alerta a este soñado proyecto de vida.

Y mi gran propósito en la vida es como el gran legado de mis padres. Ser personas de servicio, de paz. Para la familia, en el trabajo, para el mundo. Felices de poder dar, de poder recibir sonrisas, de poder sembrar con sólidas raíces.

Un propósito que me legaron ciertamente mis amados padres, y que con mucha alegría puedo decir practican también mis hermanos, mi esposa, y muchos grandes amigos, compañeros y conocidos.

Que alegría tan grande poder ser parte de un propósito tan trascendente y especial.

Jesús, el gran amigo permite en ocasiones, aquellas situaciones tan difíciles en la vida que muchas veces nos preguntamos enojados: Por qué? ¡!!, y me parece totalmente válido enojarse y hasta quejarse.

Sin embargo creo también que estos hechos tan difíciles, pasan porque Dios nos tiene algo muy especial reservado para nosotros.

No en vano este Dios Padre nos ilustra, en cátedra excelsa sobre el crisol del fuego, que tiemplan el espíritu y ayudan a buscar los grandes tesoros de la vida, con fe, con entrega, con perseverancia, con solidez. Es nada menos que el Bushido, el espíritu del guerrero.

Y qué gran tesoro este, que es el poder estar y disfrutar con tu familia, trabajar para dar un servicio, mejorar por donde vayas, hacer siempre el bien, y así ganarte el aprecio, y la sonrisa de las personas.

Gracias a todos los grandes maestros y héroes anónimos del servicio, del amor, de la gratitud, de la armonía, de la paz.

Cuánta razón tenía, la Madre Teresa de Calcuta y otros grandes maestros al decirnos,

“No hay mayor felicidad que dar a los demás”


 
 
 

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