Ojos bonitos, cuadros feos
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Qué pasaría si el gran maestro por el que sientes una devoción y admiración infinitas, hará la crítica de arte por la que te has preparado toda una vida, es tu gran sueño. Es la crítica que has esperado durante años, y por la que has puesto todo tu esmero, sacrificio y dedicación.
Llega la noche mágica de la exhibición, ves a tu gran maestro pasearse por la galería apreciando tus cuadros, tus pinturas. Lo observas, no pierdes de vista un solo gesto, intentas adivinar lo que piensa y ya empiezas a celebrar su crítica. Sueñas que escribe tu nombre y lo vende al mundo como una gran promesa de la pintura peruana.
Piensas en la suerte de haber tenido un profesor de su talla, reconocido mundialmente, y tú su dichoso alumno.
Sus clases son un deleite, y en años de estudios, nunca fallaste a una sola, ni si quiera aquella vez que te sentías terrible, con fiebre, y aún así fuiste por una cuestión de principios. Era impensable no asistir a una de sus cátedras, nunca hubiera sido igual si te la contaran.
Al día siguiente de tu gran exhibición, todo un éxito, corres presuroso por el diario hacia el kiosko más cercano, logras ver tu foto en primera plana. Pagas y abres el diario en donde estás para ver al fin la crítica de arte del gran profesor Zanelli, aquella crítica tan esperada.
Comienzas a leer casi celebrando, cuando sientes que tu rostro se empieza a desencajar, aparece una expresión de espanto. No puedes dar crédito a lo que ven tus ojos. Tu gran maestro, por quien decidiste que valía la pena todo sacrificio, aquel que seguiste, por quien pasaste hasta hambre para seguir sus pasos, con crueldad infinita señala displicente en su crítica, “que deberías dedicarte a otra cosa y que ya hay suficiente fealdad en el mundo como para que sigas pintando”.
Es posible admirar, idolatrar a alguien y luego desencantarse, desilusionarse, quedar en shock, es posible querer vengarse, odiar, querer morir, matar, amar. Son estas y otras posibilidades las que nos ofrece el escritor en su obra. Pero lo interesante son también las reacciones del lector, son cosas del oficio. Así es el juego.
Y esa es la gran riqueza de toda obra, la que recrea el lector. La que con sutil y enorme destreza permite el creador que dejes volar tu imaginación. Esa posibilidad de recrear cuando nada está dicho o hecho. Esa capacidad de rehacer siempre la obra que tenemos entre manos.
Una ficción como tal es un pacto entre el creador y el lector. Ambos lo saben y aceptan el código. El creador le dice al lector en palabras más o menos, “te voy a embaucar con una historia y el lector contesta, acepto y se deja llevar, se deja embaucar. “
Pero tampoco es tan fácil, el lector acepta el trato, pero se bebe la copa despacio, o también se puede atragantar si la bebe muy deprisa. En fin, cada uno decide. Pero, y aquí viene lo bueno, si convence, se la bebe hasta el final disfrutando cada sorbo así sea amargo o dulce, entonces se sentirá embaucado pero satisfecho. Ese es el trato perfecto. Pero si siente que no lo han embaucado bien, entonces se sentirá estafado y arrojará aquella bebida al fuego eterno. Donde habrá llanto y crujir de dientes.
Así sucede con la magia, es parte del trato, cosas de la profesión, gajes del oficio.
Me aparece una pregunta sobre el contenido de la obra. Como valoras tú a las personas?, en qué lugar las colocas?. Acostumbras colocar algunas en un pedestal, en un basurero y luego las remueves de escala cuando hacen o dicen algo que no esperabas?
Y es que atribuimos a las personas nuestras esperanzas, nuestras expectativas, nuestros ideales, las amamos, las odiamos, nos repelen, nos cautivan, nos emocionamos, lloramos, reímos, nos quedamos en nostalgia, en alegría, en fin.
Lo que me parece rico destacar es esa capacidad de crear personajes creíbles que logren cautivarnos, emocionarnos, hechizarnos. Personajes, exactamente como las personas supuestamente reales. Las que viven entre nosotros, en este mundo real o irreal.
Es la riqueza narrativa y habilidad del escritor, aquella que convierte las palabras en trucos y logran engancharnos, emocionarnos, provocar profundas reflexiones, y tal vez hasta cambiar nuestras vidas.
Crear historias es lo que finalmente será la vida?, Contamos historias alrededor de una mesa, en una sala, en un café, en un alto directorio de negocios, en la Iglesia, en el recinto de la política, en la secreta sala de operaciones militares, en la mesa de la cocina, donde sea, siempre estamos contando historias.
Las recreamos, las exageramos, les damos nuestro propio matiz, les agregamos esto o aquello, y nos hacemos narradores. Y quien nos escucha, le es imposible no recrearlas, agregarle su propio color, matiz, ideas, pensamientos, creencias, etc. Algunos intentarán ser fieles a lo que escucharon, pero terminarán contando finalmente su propia historia.
Siendo esto así, me surge otra pregunta para terminar este texto tal vez un pretexto para embaucarte sin que te des cuenta.
Estaremos acaso viviendo un sueño?, un mundo de historias?, de interpretaciones personales? de recreaciones?. Finalmente que mundo vemos?, acaso uno real?, uno que nos cuentan?, uno que miramos con nuestro propios ojos, con los ojos de otro? …
Se levanta el telón ¡