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Un Gran Sueño Logrado


15 de marzo del 2018, 7:30 de la noche. Luego de seis años de intensa práctica, me llegó la gran hora de rendir el examen para cinturones negros, el preciado Shodan, primer dan de Aikido.

Luego del cinturón marrón, un año era lo mínimo que se exigía de preparación para rendir el examen Shodan, aunque mi Sensei decía que lo ideal era dos años, sin embargo, si entrenaba en forma regular y diligente podía emprender el reto para un año, y así lo hice.

Se acercaba el gran día, pasaban los meses, las semanas hasta que llegó el gran momento. Un jueves cualquiera. Estaba como en concentración de futbolista antes de un mundial. Tomé mi micro y emprendí el viaje al Dojo en la av Velazco Astete, donde se había programado el examen. Todo seguía su curso normal, para mi era un mirar hacia atrás todo lo vivido, desde mis primeros sueños, traspiés, hasta lo que estaba viviendo en ese momento. Llegué primerito, y poco a poco iban llegando los compañeros de diferentes Dojos, todos con el corazón en la mano para rendir un gran examen.

Un examen exigente y duro. El evaluador Victor Merea sexto dan, miembro activo del Hombu Dojo con sede en Japón y que es la máxima autoridad del Aikido en el mundo, llegó desde Dinamarca para asumir la responsabilidad de evaluar a los futuros Shodanes que quedarán registrados sus nombres, en el Hombu Dojo, como aval y conocimiento para cualquier Dojo en el mundo.

Llegó el momento, 7:40 de la noche, Victor se levantó tranquilo para dirigirnos unas palabras no tan breves a todos. Nos dijo: “Les deseo a todos lo mejor, seré exigente con lo requerido: Equilibrio, desplazamiento, distancia, apertura, actitud, entre otros, por lo que si no veo esto, lamentablemente no se aprobará. Recuerden este es un examen para Shodan, no es cualquier cosa y es importante ver lo que cada uno ha entrenado. Si alguien desaprueba, será simplemente parte del aikido y con humildad habrá que seguir entrenando. Espero, de ser el caso que alguien desapruebe, verlo el siguiente año, con las mejoras que oportunamente se le harán saber para su progreso. Mucha suerte y disfruten el momento.”

Estas palabras iniciales del evaluador, sembraron o incrementaron el nerviosismo en varios de nosotros. El primero que salió, al parecer no terminó de procesar lo dicho por Victor y salió como alma que se lo lleva el diablo, se cansó rápido. Victor tuvo el buen tino de parar el examen y le pidió que respire y se calme. El estudiante reparó y continuó muy bien su examen, al final lo aprobó.

Lo indicado y natural como decía el gran Charles Chaplin es salir a una gran representación con los nervios requeridos como un estímulo inicial, luego todo tendría que fluir en forma natural. Y así fue que salí a dar el examen intentando tranquilidad, con cierto nerviosismo, ya habían salido unas 5 o 6 personas, y eso me daba cierta calma, hasta que llegó mi hora y decidí salir con una actitud totalmente potente, sabiendo que había entrenado fuerte, a consciencia. Y fue eso lo que finalmente me valió.

Marqué bien los desplazamientos, hice las técnicas con seguridad, decisión y control. Me tomé mi tiempo, fui fresco, tuve un buen manejo del espacio. Y las proyecciones las realicé con un despliegue de energía que con seguridad fueron los que generaron los puntos y el criterio requerido para aprobar mi test.

El intenso entrenamiento de un año especialmente diseñado para el examen, y que trabajé con el Sensei Juan Carlos, requirió un gran esfuerzo, horas invertidas, vencer el cansancio, la pereza, los momentos de stress, las dificultades laborales, personales que nunca faltan, pero que felizmente no fueron un obstáculo. Y ahí estaba, puntual en el Dojo pasara lo que pasara, cada día que me tocaba, para entrenar.

Tomé también, horas extras de entrenamiento con amigos de grados más avanzados en el Aikido, y que me brindaron su apoyo y ayuda para el examen. Asistí varias veces al Dojo Chuqiyapu, para entrenar y fue clave para el examen. Ahí estuvieron los grandes aportes de Jonattan, Giancarlo, Luchito, y los grandes Oscar e Isabel, que lo están dando todo por el Aikido.

Una de las palabras de mi amigo Jonattan, y que ahora es mi Sensei, fueron decisivas. Me dijo, “Nadie te apura, has lo que sabes, tómate tu tiempo. La evaluación no es sobre la velocidad de la técnica, si no el control. Fueron también las palabras permanentes y claves, de mi Sensei Juan Carlos, con quien estuve entrenando casi tres años.

No puedo dejar de mencionar a la cabeza de nuestro Dojo, Sensei José Tarrillo, quien con fuerza y tenacidad es finalmente el artífice de nuestro camino en el mundo del Aikido.

Desde niño soñé con ser un maestro en artes marciales. En ese entonces practicaba el Kung Fu. David Carradine de la serie Kung Fu, que interpretaba al enigmático monje Shaolin Kuan Chan Caine, fue la serie que marcó, y me inspiró para elegir un estilo de vida, para abrazar un sueño increíble. Algo que me deslumbró desde la primera vez que lo vi.

Bruce Lee y Jackie Chan grandes exponentes de las artes marciales, era también mis ídolos. Luego Bruce Lee pasaría a ser más que un ídolo, una leyenda, y tal vez Jackie Chan siga el mismo camino.

Tuve varios intentos de hacer un camino de vida con el Kung fu. Quise ser un monje Shaolin y emigrar a China. Con el Kung fu aprendí que se trataba de algo que va mucho más lejos de patadas y golpes. Se trata un camino de vida, que me dio respuestas filosóficas cruciales, a una situación especial que vivía en la adolescencia de aquel entonces.

Entrené varios meses en un templo Shaolin en el distrito de Miraflores, también tuve un maestro en el centro de Lima en el Jr Puno, sorteando toda dificultad con el trasporte. Aún tenía 18 años, pero la Universidad, los trabajos, la crisis existencial, entre otros me hizo desistir de aquel camino, de aquel sueño, del templo, del Kung fu, de China.

Sentí que había fallado a mi sueño, que me había fallado a mi mismo, y hasta me resigné. Intenté canalizar mi sueño hacia otras metas, pero este sueño de las artes marciales nunca me dejó. Era algo que tenía que remediar de alguna forma, no estaba contento, no me sentía bien conmigo mismo.

Pasaron los años y el Zen, el Budismo fueron una forma excelente, mágica y oportuna de retomar aquel gran sueño que había abandonado. Pasé por un buen peregrinaje de búsqueda, por el boxeo, el Kung Fu, el Zen, el Budismo Tibetano, el Kendo, el Shiatzu Zen, Yoga, Taichi, más adelante el Coaching. Y siguiendo la línea del Zen que era prácticamente la base, entrenaba el Kendo, también con una filosofía hermosa y llena de una etiqueta muy especial. No quería fallar otra vez, no quería abandonar como lo hice con el Kung fu. No quería volver a fallarme a mi mismo. Soy muy exigente con todo lo que emprendo y busco mis objetivos con fuerza.

Sin embargo, me sentía cada vez más agotado y hasta estresado con el Kendo, ya tenía dos años de práctica y algo no iba bien. Hasta que sucedió algo parecido a lo que me pasó con el Kung fu. Aún así persistía por seguir, ponía todo de mi. Era una lucha interna fuerte, pero sentía que mi gran sueño se me escapaba y se me iba una vez más. Ya no podía más.

Hasta que una lesión al hombro, me obligó a parar y a descansar. Fue una especie de retiro en el cual reflexioné, medité y finalmente decidí dejar el kendo sin sentirme culpable para acercarme al Aikido, arte que ya había estado informándome y lo veía muy atractivo a lo que buscaba, a mi forma de ver y de pensar.

Y de esta forma decidí, luego de dos abandonos, seguir con más seriedad las palabras de un boxeador que había llegado a la cima del boxeo mundial y que dijo: El título, lo logré gracias a tres armas: Paciencia, Perseverancia y Fe. Palabras que hice mías con fuerza y aún hasta hoy las llevo en cada proyecto y emprendimiento que realizo.

Recibir el cinturón negro fue una de las más increíbles emociones y sensaciones que haya podido tener. Fue algo más que especial, algo que marcó mi vida para siempre. Es uno de los acontecimientos más importantes de mi vida, el sueño que abrigué desde niño, y finalmente, el cumplimiento de este hermoso sueño. Un sueño que en dos momentos desistí, abandoné y hasta me resigné, pero que no sé cómo, retomé.

El sueño cumplido, tuvo sorpresas muy especiales, como el obsequio del amigo que me apoyó en el tremendo proceso de entrenamiento. Giancarlo Arata, quien con gran espíritu de la etiqueta del Aikido me obsequió el anhelado cinturón negro. Me apoyó también, con mucha pericia, buen investigador del Aikido y con excelente técnica mi amigo y actual Sensei, Jonattan Traverso, que viene haciendo una gran labor en el Aikido.

Antes del examen uno de los compañeros con quien entrenaba me dijo: “Ahora veremos de qué madera estás hecho” y aunque lo sabía, no quería quedar mal ni conmigo, ni con los demás. Soy de los que no se rinden nunca y persiguen sus sueños con pasión.

Fue Giancarlo mi Uke, es decir a quien tenía que aplicarle las técnicas en el examen. Lo hice con tanta energía, tal como había pedido el evaluador Victor Merea, que mi pobre amigo terminó con los ojos cerrados, intentando rescatar el aliento. Fue realmente duro, emocionante, pero cuando vi a mi amigo casi sin aire, me preocupé. Además que tiene mi edad, y ya no es ningún jovencito.

Aquella noche mágica, no permitieron grabar. Había llevado mi cámara bien preparadita, pero la tuve que guardar. No permitieron familiares por el espacio y fue totalmente a puerta cerrada. Sólo estábamos nosotros, los que rendiríamos el examen, los ukes y los profesores. Me pareció una especie de Logia secreta. Si bien no hay imágenes, sólo algunas fotos representativas, tomadas por algún travieso que no hizo caso, pero que agradezco. Esta privacidad, le dio el halo enigmático, de misterio, y magia que hicieron de aquella noche algo aún más especial.

Luego del examen de todos los postulantes, la jornada terminó casi a la media noche, El evaluador nuevamente se paró de su asiento, caminó lento y dedicó nuevas palabras a todos. Recalcando que quería ver a quienes habían desaprobado, el próximo año. Y de esta manera, anunció a los desaprobados. Fue muy penoso escuchar algunos nombres, dos en especial que eran de mi agrupación y uno de ellos había entrenado conmigo. Al parecer han dejado actualmente de entrenar, ojalá no se den por vencidos. Pero fue realmente emotivo saber que yo, no estaba en esa lista negra, de desaprobados y que por tanto había logrado el gran sueño de mi vida.

Si bien sabía, disculpando la modestia, que lo había dado excelente. Las palabras iniciales del evaluador Victor, aún las tenía en la mente y me imaginaba que podía mencionar mi nombre entre los desaprobados, estaba atento a que dijera la primera letra de mi nombre, pero eso no sucedió. Fue un enorme alivio que en el silencio de la etiqueta, quería levantarme a gritar y celebrar a todo pulmón, como un gran gol de fútbol en el mundial. Pero en la etiqueta del aikido hasta eso cambia, y la alegría realmente es suficiente por dentro. No hay más.

Aquella gran noche no pudo ser más perfecta. Fue un logro a una edad que no imaginaba, en un arte marcial que tampoco imaginé y fue el inicio de una nueva y gran etapa en mi vida. El inicio de mi vida como Shodan, una nueva aventura se ha iniciado y las cosas luego del examen, jamás podrían volver a ser igual. Un nuevo aprendizaje se había consolidado.

Vencí a uno de los grandes demonios de mi vida. El miedo y la angustia. Viví durante muchos años acompañado por este mounstro. Un tipo de miedo y angustia que si bien no me limitaban del todo, tampoco me permitían la tranquilidad que quería.

La batalla fue un proceso largo. Busqué de muchas formas atenuar, vencer, pero gracias a la práctica del Aikido, y todo lo que esto conlleva, la conquista se dio casi sin darme cuenta .

Actualmente, ese miedo y esa angustia prácticamente no están, tal vez en algunos momentos aparecen. Pero en un 1% que ya no es relevante.

Actualmente como un Shodan, he tomado nuevas acciones. Todo de manera muy natural y fluida, como entrenando. Hice un cambio necesario de Sensei, con una nueva visión en el entrenamiento, con nuevos enfoques, y análisis de las técnicas. Algo nuevo y muy interesante. Más amigable también, en donde disfruto de un aikido tranquilo, suave, de mucha armonía, como bien quería el fundador. Aunque también con más años encima, pero con muchas ganas de continuar esta gran aventura.

No llegué a ser el monje Shaolin que había anhelado, la vida dio un giro especial, y como una gran paradoja, como una especie de broma rara o algo así, cumplí casi sin darme cuenta este gran sueño, este gran anhelo, con toda la filosofía, la etiqueta que quería y que ahora forma parte de mi vida y de mi ser.

Es aquella actitud con la que salí a rendir mi examen, la que ahora llevo encima, y es parte de mi ser. Es la verdadera espada que cortó de raíz y dio muerte al miedo y la angustia. La espada que se ha incorporado en mi cuerpo y que consolida algo más poderoso que un cinturón que viene a ser finalmente algo simbólico, consolida el verdadero logro, que me ayuda en las diversas circunstancias de mi vida personal, laboral, entre otras.

Es la espada del guerrero, aquella que corta toda negatividad. Aquella que lleva siempre consigo el seguidor del Budo, aquella que representa tal vez el gran enigma del sol naciente y que sólo se accede entrenando, cual ceremonia del té, a toda la sutileza del Aikido. Y que viene a ser un camino de etiqueta, de honor, de respeto, de armonía, de paz, entre otros.

Es la espada, la gran Katana de los tiempos modernos. La gran espada de la actitud. Aquella que portamos en el corazón, no para ostentar, pero si con honor y el orgullo de los grandes seguidores y discípulos del Budo.


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