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Remembranzas...


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“Corrían los años 20, eran las épocas de la corrupción y el vicio…” , así iniciaba con voz nasal, la narración de la serie de televisión “Los intocables”, con el incorruptible Eliot Ness y los capos de la mafia, Charly Lucky Lucciano, All Caponne, Frank Nity entre otros tristemente célebres gánsters del alcohol, la prostitución y el vicio. Y entre series y películas que marcaron época, posterior al álbum blanco de los Beatles, las osadías de Mick Jager y “Rebelde sin causa”, con James Dean, corrían los años setentas con fiebre de sábado por la noche, y Jhon Travolta que luego en Gress electrizaba con Olivia Newton Jon, los patines , el roler bogy, el vandalismo, la rebeldía adolescente, entre otros hasta que por ahí un artículo sobre el zen que encontré en una revista de karate, de publicación mensual, me produjo tal conmoción desde hace 32 años.

Afortunadamente tal estado, cual bastonazo en la cabeza, ó electroshock fue positivo en mi vida, pues me dio la oportunidad de descubrir nuevas rutas en las que la rutina, el sopor, el hastío, y el hartazgo, me tenían entumecido, maniatado y con pronóstico reservado.

En tal revista, el artículo describía bajo el titular de “La Escuela de la Paz Perpetua”, un templo en el Japón, en la isla Kobé, en donde los monjes estudiaban el arte marcial “ Shorinji Kempo”, cuyos orígenes se pierden en el tiempo y se remontan al estudio y la meditación zen, una rama del Budismo.

“Kung fu”, se llamaba esa otra gran serie de televisión allá por los 70 s, con el gran actor David Carradine, quien luego interpretara la película trailler “Kill Bill” de adrenalina total, dirigida por el audáz y polémico Tarantino. Carradanie, personificaba la vida de un monje shaolín al interior del templo, y el plato de fondo para mí, eran las inmortales enseñanzas del gran maestro Po, un monje anciano y ciego que podía vencer a varios estudiantes al mismo tiempo, tan sólo valiéndose de los sentidos que disponía.

Y entre las enseñanzas del maestro Po , Kuan Chan ó el pequeño saltamontes (David Carradine) viaja al viejo y lejano oeste americano, en donde pone a prueba no sólo su increíble destreza marcial, aprendida como monje y que sorprende a los rudos vaqueros del viejo oeste, si no y he aquí lo interesante, nos deleita con su actitud y sus particulares respuestas propias de una especial filosofía, que también cual bastonazo en la cabeza nos dejaba las grandes enseñanzas del Tao y la sabiduría ancestral de esta legendaria orden monástica Shaolín.

Como olvidar entre las tantas enseñanzas del maestro Po, aquella cuando Kuan chan, increpa a su maestro y mortificado, le pregunta. “Maestro ¡, porque muchos malos son felices y muchos otros que hacen el bien sufren y nosotros aquí aprendemos a pelear y no hacemos nada?!”. El maestro Po sonríe y tiernamente le responde, “Pequeño Kuan chan, sé como el sol, y da luz, calor y da paz por donde vayas, tal vez no puedas remediar todos los males de la humanidad, pero así como el sol sale para todos todos, tú has lo mismo…” Luego el maestro Po se retiraba ciego y feliz con su bastón, pero dejaba al pequeño Kuan Chan más perdido que Adán en el día de la madre, y con más dudas que antes, y es que la enseñanza sólo podía ser comprendida con un largo peregrinaje de búsqueda constante.

Y mientras pasaban los años de mi vida, e intentaba cumplir con el rito de “estudiar para triunfar”, siempre soñaba con la vida de estos monjes, aprendiendo artes marciales y desde luego esa filosofía tan intensa y deslumbrante que impactó mi vida, y aún me sigue sorprendiendo.

Fue así que empecé a comprar y devorar libros sobre el tema, además de asistir a escuelas de meditación, y en todo esto lograba satisfacer en algo, ese ansiado sueño de vivir como estos monjes de la paz. Jamás abandoné mi sueño y luego de probar diversas escuelas y disciplinas llego al Aikido cuyo atuendo también lleva una Hakama, una especie de faldón, al estilo samurái, muy parecido al de estos monjes que practicaban el Shorinji Kempo en el Japón a manera de internado, como monjes de claustro.

Con los lugares y escuelas visitadas, las prácticas realizadas y en especial, el sueño jamás abandonado, es que estoy muy contento aprendiendo Aikido porque continúo viviendo aquel viejo sueño que ansiaba de joven. Vivo la práctica y la filosofía de esta escuela de una forma muy particular que entre otros puntos desarrolla la energía interna.

No se trata de algo metafísico si no al contrario, es algo totalmente físico, tanto así que podría enseñarse en las escuelas y colegios, como física aplicada. Sería interesante desarrollar en los colegios la física vivencial ó la física experimental con nuestro propio cuerpo. Pues quedan muy bien expuestos los principios de la palanca, la fuerza, la velocidad, el desequilibrio, la energía, el vacío.

Uno de mis Senseis, señalaba que también el Aikido tiene su lado oculto, y esto se refiere a que más allá de trabajar con la energía de los seres humanos, hay también una sintonía, ó armonía con el cosmos, con la naturaleza y que a su vez nos lleva a un despertar, a un ver claro, a un ver sin límites, lo que también se conoce en Oriente como el vacío ó el mar de posibilidades. Algo que está más allá de nuestra razón, de nuestra lógica, y que es el mundo de la percepción sutil de la energía.

De este modo, un practicante experimentado es capaz de percibir cada vez más lo que resulta sutil para cualquier ser humano. Además, el aikido también nos lleva mediante la practica, al tema de la relación, la conexión y hasta la compasión con todos los seres humanos. Compasión, no en un sentido lastimero si no de comprensión hacia todos los seres. Se trata sin duda de una gran escuela de la paz, El Aikido en tal sentido también se le conoce como la meditación zen en movimiento.

Si bien vivo esta experiencia no como un monje, si no como un simple mortal que trabaja, que estoy casado, con hijos, y que jamás abandoné ese gran sueño de niño, aquel el de “la escuela de la paz perpetua”.

Y recuerdo que en un libro de testimonios, un joven vehemente como lo era yo en aquellos tiempos, y que buscaba con ansiedad respuestas. El joven busca y encuentra un maestro de Yoga, de la India, y le dice: “Maestro quiero cuál la esencia de la vida”. Y el maestro le dice: “Qué edad tienes?”, “16 años maestro”, contesta el joven entusiasmado e impaciente. “Pues bien”,- le responde el maestro-, primero cásate, ten hijos, busca trabajo, fracasa muchas veces, ten muchos desencantos, y cuando hayas vivido todo esto ven y me buscas”. Al joven se le desdibujó el entusiasmo del rostro, y apenado se retiró.

Era exactamente lo que yo quería preguntarle a algún maestro en aquel entonces y esa respuesta tampoco satisfizo mis ansiedades y apetencias de joven vehemente. Sin embargo pienso que ahora que ya he pasado por muchos de estos viajes, con grandes aciertos y grandes desencantos, y también como sugería el maestro, aunque no como ley ó un requisito indispensable, también me casé, tengo dos hijos maravillosos con los que gozo y sufro, una hermosa familia, pero sigo entre sudores, y lágrimas sacándole tiempo al tiempo, para no desistir en mi práctica, en mi gran sueño, aquel estilo de vida similar al de los monjes de “La escuela de la paz perpetua”.

Y ahora que he recorrido y aún recorro, este gran viaje que sugería el maestro al joven impaciente, sólo puedo decir como otro gran maestro 8° dan en Kendo, ó esgrima japonsea: “sólo soy un eterno aprendiz”.

Y si algo he aprendido todos estos años, pienso se trata de una lección muy valiosa para mí, el valor de la sencillez, el valor del amor, el respeto, el perdón. Son valores que no tienen precio y que no los otorga el dinero, pero sí es algo que se construye día a día. “el viaje de mil millas empieza con tan sólo un paso”, reza un viejo refrán del Tao te King u otras como el arte de luchar sin luchar, que también el gran Bruce Lee citó en su célebre película y clásico de las artes marciales “Operación Dragón, y que de sólo nombrarla el buen tío Fernando chinon noventayocho se emociona y con gran deleite comenta encantado el encuentro legendario en el coliseo romano entre Bruce Lee vs Chuck Norris.

Todo ello puedo practicarlo en este gran arte y camino del Aikido, ó el arte de la paz. Desde luego hay cansancio, también pereza, incomprensiones por parte de otras personas, sucesos que a veces desaniman, pero en fin lo importante es seguir manteniendo viva esa gran llama de luz, ese gran sueño imperecedero, aquel el de la “Escuela de la Paz Perpetua… ”.


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