Juan Salvador Gaviota
Juan Salvador Gaviota es como El Principito, otro de mis entrañables libros que siempre tengo, miro y recurro a ellos con el corazón.
Hablar de Juan Salvador Gaviota es como hablar directamente al alma. Es un libro encarnadamente espiritual y así como El Principito diría que es de lectura obligada para emprender cualquier empresa, cualquier oficio llámese política, empresarial, profesional, deportiva, espiritual, académica, en fin.
Son dos libros, El Principito y Juan Salvado Gaviota que guardan mucha relación para mí, libros que los tengo super interconectados. Ambos son mis libros de cabecera fundamental.
Curiosamente ambos autores fueron pilotos y utilizaron el vuelo como la gran metáfora de la vida. El vuelo de nuestros sueños, el vuelo de nuestras ilusiones, de nuestra alma, de nuestro espíritu.
Y gracias a Dios he logrado volar junto a estos espléndidos autores por extrañas, misteriosas y maravillosas tierras, como al País del nunca jamás” de Peter Pan y siempre en búsqueda de algo que para mí es uno de los grandes sentidos y pilares de mi vida. La aventura.
Un vuelo por necesidad, utilitario puede degenerar en rutina, hastío, pesadez, y hasta sordidez, pero cuando el vuelo se hace por explorar nuevas emociones, nuevos mundos, nuevos rumbos, nuevas formas de sentir, entonces el vuelo adquiere dimensiones que le dan a nuestras vidas ese agregado que se llama gozo. Aquel gozo interno y no necesariamente la carcajada que también es súper válida pero que podría resultar algo pasajero y efímero. El gozo en cambio, es atemporal, no tiene límites es como haber realizado un maravilloso viaje, es decir, no te lo quita nadie. Es parte de nuestra memoria emotiva y tiene un valor incalculable, una riqueza sin igual y es lo que algún día podremos narrar a nuestro nietos, ó a niños de 70 y de cualquier edad.
Qué relación más hermosa y estrecha hay entre el arte de volar y el arte de escribir. No es gratuito que estos dos grandes pilotos Saint Antoine de Exupery y Richard Bach hayan sido aviadores y hayan dado ambos posteriormente ese gran vuelo hacia la escritura, con repercusiones mundiales. Y en donde justamente encontraron una forma de volar sin tiempo, sin espacio, más allá de toda frontera y límite.
En mi caso personal tuve aventuras en ocasiones tan arriesgadas, ó mejor diría temerarias, como hacer “caballito” en moto de noche y contra el tráfico en una ciudad como Lima, tirarme un clavado al mar desde un muelle sin estar seguro lo que me esparaba abajo , en otra ocasión tirarme desde un muelle y luego sentirme obligado a nadar alrededor de una isla si quería salir del mar, además de retar las olas que reventaban con fuerza contra los peñascos, pararme en una moto y avanzar a velocidad, perderme en las montañas de la sierra y ser salvado por un borrachin del lugar, las cantidades de peleas y camorras que armaba en el colegio no eran en absoluto, porque me disgustara la persona con quien peleaba , si no por el hecho simplemente de querer agarrarme a trompadas con alguien y probarme a mi mismo. Desde luego esto lo hacía en una juventud imberbe, bestial y vandálica, que a Dios gracias luego canalicé con la literatura de una forma mucho más saludable, para frenar esos ímpetus algo desaforados.
Juan Salvador Gaviota representa para mí aquel niño que se lanza a experimentar nuevas emociones y elige entrenarse para ganar esa destreza especial en lo que le gusta y que sabe que ello le retribuirá en un gozo imperecedero. Esta pasión que es justamente el arte de volar.
Y volar es para nosotros los escritores, los apasionados de las historias, los relatos, las novelas, el mejor de los vuelos.
Que niño no gusta de jugar. Y es que el juego es la expresión máxima del niño. El niño aprende a través del juego. Actualmente la nueva educación apuesta cada vez más por un aprendizaje lúdico, y no sólo para los niños si no también para los adultos, con resultados asombrosos.
Y ese es justamente Juan Salvador Gaviota un ave que desde joven siente el vértigo de volar, siente aquella sensación del riesgo asociado al placer, juntos como un gran y dichoso juego.
Por cierto se trata de un juego que no queda sólo en el tiempo como algo pasajero, efímero. Se trata de un juego que a su vez es la gran escuela de la vida. El juego de Juan Salvador Gaviota es un reto, una osadía, tal vez hasta temerario, pero finalmente logra hacer las figuras más espectaculares en lo alto del cielo.
Temerario no, riesgo sí es lo que ahora prefiero elegir y es que como dice Jesús en una cita “el que cuide su vida la perderá, más el que pierda su vida por mí, ganará la vida eterna”.
“Ya no soy yo, si no Cristo quien vive en mí”, decía también San Pablo y con ello daba a entender que si bien lo humano tiene sus límites el estar con Dios ninguno. Y ese era también Juan Salvador Gaviota. Ya no tenía límites, ya había entrenado mucho, ya se había caído mucho. Ahora de adulto volaba como saben hacer los grandes.
Mientras que penosamente algunas aves viejas no se habían arriesgado lo suficiente, pero ya era tarde, jamás sabrían si lo hubieran logrado, ó no porque jamás lo habían intentado.
Juan Salvador Gaviota persistió hasta el agotamiento con caídas estrepitosas , y sencillamente lo logró con paciencia, perseverancia y fe. Logro su gran sueño…, aquel el de volar como un maestro.
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